Norberto Martínez Moreno un muralista y ser excepcional | Siempre!

2022-05-21 19:36:03 By : Ms. Niche Huang

En 1952, yo era un asiduo y fiel lector de la Biblioteca pública Miguel Salinas de la ciudad de Cuernavaca. Se halla en el edificio que está en la esquina que forman las calles de Comonfort y Rayón, en el centro de la ciudad.

El de 52 fue un año de mucha actividad política; lo fue tanto en el nivel nacional como en el local. Se llevó a cabo la campaña política para renovar los poderes legislativo y ejecutivo de la Unión. En ellas, en el nivel nacional, se enfrentaron Adolfo Ruíz Cortines, por el partido oficial; y el general Miguel Enríquez Guzmán, por la Federación de Partidos del Pueblo Mexicano.

En el estado de Morelos competían como candidatos a la gubernatura, el general Rodolfo López de Nava, por el partido oficial; y mi general don Rubén Jaramillo, por el Partido Agrario Obrero Morelense y por la Federación de Partidos del Pueblo Mexicano. Las campañas, la nacional y la local, fueron intensas y violentas. Las recuerdo con temor y temblor. Ellas, si bien fueron formativas y parte de una lucha social, implicaron el sacrificio de las vidas de algunos de nuestros compañeros luchadores. Supimos en carne propia lo que era disentir del aparato oficial.

En esas andábamos cuando en alguna ocasión me presenté en el local de la biblioteca y observé que se levantaban grandes andamios para lo que se veía iba a ser, a todas luces, algo grande. Observé que algunos obreros, bajo la dirección de un hombre relativamente joven, de estatura regular, nariz aguileña y de mirada inquisitiva, preparaban el enorme muro que se halla al lado poniente del edificio. Con el tiempo vi que el aplanado del muro quedó concluido. Con posterioridad observé que el centro del muro se volvió a tirar y que se trazó e hizo un arco central en el muro. Entonces sí no aguanté la curiosidad y me acerqué a ese hombre de mirada inquisitiva que se llamaba Norberto Martínez Moreno y le pregunté qué proyectaba hacer en ese muro y de la razón de que, a pesar de estar concluido el aplanado, lo estaban rehaciendo.

Él, de manera amable y con una sonrisa en los labios, me hizo notar que en ese muro iba a pintar un mural en el que se describiría la cultura de los indígenas que habitaban lo que con el tiempo sería Cuernavaca. Me mostró el proyecto. Si bien el aplanado del muro había concluido, se había encontrado una gran humedad en el centro y que, para eliminarla, había habido necesidad formar ese arco central.

A raíz de esa plática iniciamos una muy buena amistad y pasé a formar parte de un grupo de jóvenes, mayores que yo, a los que adoctrinaba políticamente, entre los cuales recuerdo los nombres o los apellidos algunos: Garduño, que estudiaba para ingeniero químico, que era hijo de un impresor que tenía su taller por la calle de Guerrero; Arturo “el Chino” Mojica, que iniciaba un negocio de pinturas que llevaba su apellido, que también era aficionado a la pintura. Él murió hace unos tres años. Otro de apellido Avilés y muchos otros más.

Con el tiempo supimos que Martínez Moreno era un activista del Partido Comunista Mexicano, que era originario de Rodríguez Clara, Veracruz, en donde había nacido en 1922; que su mamá era una maestra normalista, también activista. Como dato curioso, él nos comentaba que no había estado obligado a hacer el servicio militar, en razón de que la ley que lo estableció previó que debían prestarlo quienes habían nacido a partir del año de 1923.

Norberto Martínez Moreno hizo sus estudios profesionales como maestro de escuela primera en la Escuela Normal Veracruzana y, con el tiempo, sus estudios de pintura en la Academia de San Carlos; supimos, también que formaba parte del movimiento muralista mexicano y con suficientes méritos para serlo.

Norberto Martínez Moreno era culto y políticamente bien definido.  Nos inició en el conocimiento de la música clásica; a más nos haber, con sus silbidos conocimos la pequeña serenata Nocturna de Mozart, algunas oberturas de Rossini, sinfonías de Beethoven y otras obras. Con él aprendimos los cantos que los republicanos y comunistas españoles cantaban durante la guerra civil:

En el patio de un convento

Yo he de instalar adentro

primera línea de fuego.

Que se cantaba con la música del Vito, y muchos otros versos más. él nos inició en el conocimiento de los autores socialistas. Por él conocimos y leímos la novela que era clásica en ese tiempo Así se templó el acero de Nicolai Ostrovsky. Por él conocimos las grandes tendencias del muralismo mexicano.

En alguna ocasión Diego Rivera visitó la biblioteca donde Martínez Moreno pintaba su mural. Lo recuerdo alto, gordo y cachetón. La segunda vez que lo vi, fue en su funeral en el palacio de las Bellas Artes, su féretro estaba en el segundo descanso de la entrada de ese palacio. Junto al féretro estaba José Vasconcelos. Lo recuerdo sentado y recargando su cara en un bastón. Al lado izquierdo del palacio, enfrente de donde ahora esta la cafetería, estaban Lázaro Cárdenas, Emilio Portes Gil, David Alfaro Siqueiros y otros comunistas o socialistas.

Volviendo a Martínez Moreno, en el centro del mural puso la figura de un joven indígena jalando un gran manto o velo para descubrir los valores de la cultura tlahuica, que era la asentada en el estado de Morelos. Representaba un amate y a unos indios trabajando sus cortezas para fabricar hojas para sus códices. Otra actividad que describe es la manufactura de las telas de vestir cuyo hilo se extraían lo que eran las flores del pochote.

Los pintores frecuentemente tienen necesidad de modelos; yo, siempre que me lo pedía, adoptaba las formas que él me indicaba. Cuando había que pintar grandes espacios, me pedía que subiera al andamio y lo hiciera, moviendo la brocha siempre en un solo sentido. Puedo decir con orgullo que una buena parte de ese mural se debe a ”mi inspiración y a mi brocha”.

El Maestro Martínez Moreno estaba alojado en la planta baja del edificio de lo que en ese entonces era el Banco de Crédito Ejidal, que está todavía en la esquina formada por la avenida Morelos y la calle de Arista. Ahí lo visité frecuentemente. Estaba casado; tenía una hija de nombre Adriana que era delgada, pálida y que en ese entonces andaría por los tres o cuatro años. A su esposa la recuerdo blanca, delgada y callada. Olvidé su nombre.

Cuando Martínez Moreno terminó el mural, supe que el nuevo gobierno, el encabezado por nuestro rival, el general Rodolfo López de Nava, se negó a cubrir el resto de los honorarios que se le debían. Según me lo comentó en alguna ocasión don Fernando Román Lugo, él tuvo que interceder o mediar para que el pago se realizara.

Por razón de que me trasladé a vivir a la Ciudad de México, dejé de ver a mi querido y respetado amigo. En alguna ocasión lo encontré y platicamos con mucho afecto en la calle de San Juan de Letrán, enfrente de la Torre Latinoamericana, donde yo trabajaba. No lo volví a ver.

Hace algunos años me encontré al “Chino Mojica” y le pregunté por Martínez Moreno; me respondió que había muerto. Al saber que el cáncer que lo aquejaba era terminal, se dio por buscar a sus viejos amigos; fue a Cuernavaca, se despidió del “Chino Mojica”; éste me comentó que había preguntado por mi. “Quería despedirse de ti”, me dijo. Murió relativamente joven en 1967, a los cuarenta y cinco años.

Dejó obra pictórica muy valiosa. También hizo pintura de caballete. Estas líneas están destinadas a recordar a un gran mexicano, a un pintor excepcional y generoso que dejó una huella permanente en muchos de quienes fuimos sus amigos; lo hago como un testimonio de admiración y agradecimiento.